miércoles, 22 de mayo de 2013

RW 200



Hoy se celebra el bicentenario wagneriano y este blog no podía dejar pasar la oportunidad de celebrarlo. Basta con teclear "Wagner" en el buscador para advertir que el suyo es uno de los nombres más evocados en estudio de noche, casi al nivel de Roberto Bolaño o, por mencionar a otro artista que cumple años esta semana, Bob Dylan.

No me voy a extender demasiado, para no contribuir a la profusión de textos alusivos que se multiplican en las publicaciones de todo el mundo. Textos como este o este otro. Si todo va bien, espero terminar a tiempo la crónica de una peregrinación por el viejo continente para celebrar el aniversario wagneriano, en la mejor compañía posible, asistiendo en una semana a presentaciones de la primera y la última de las óperas de RW: el alfa y el omega de todo el asunto, de Die Feen (1833) a Parsifal (1882).

Mientras, los curiosos pueden darle un vistazo a Wagner & Me, el hermoso documental de Stephen Fry sobre la problemática convivencia entre su herencia judía y su pasión por el antisemita más famoso de la historia de la música. O, desde ya, aprovechar la excusa que ofrece el calendario y volver a escuchar alguna curiosidad que tengan olvidada en la discoteca, como esta. O acercarse al piano más cercano y tocar el acorde de Tristán, una especie de compulsión personal a la que someto todo teclado con el que me cruzo.

En fin... No se me ocurre, como homenaje, nada mejor que repetir aquí las palabras de Robert Walser, escritas para referirse a la música en general, pero que parecen dedicadas específicamente a la música de ese otro que comparte sus iniciales:

Me falta algo cuando no escucho música, y si escucho música, entonces empieza realmente a faltarme algo.

martes, 21 de mayo de 2013

Der Vampyr



No estuve en la última edición de la Feria del Libro, pero vivo sobre la calle Corrientes: en cierto modo, tengo a mano una suerte de variante permanente y lo-fi, con novedades, ofertas, libros usados, nuevos, incunables, volúmenes provenientes de otros lugares y otros tiempos. Ahí encontré, por ejemplo, un libro ya mencionado en este blog, que alguna vez estuvo en mi biblioteca, y que luego desapareció, acaso vampirizado por algún visitante que lo encontró irresistible. Si así fue, espero que lo haya disfrutado. En todo caso, más que pedirlo prestado, el lector interesado puede acercarse a algunas de las librerías de la zona y llevárselo por apenas $11.90. El libro está firmado por John William Polidori, apareció en el sello Verticales de Bolsillo de la Editorial Norma y se llama El vampiro.

La historia es conocida: atrapados por una tormenta inclemente que duró varios días, Percy Shelley, su mujer Mary Wollstonecraft, Claire Clarmont, Lord Byron y su médico y asistente John W. Polidori se entretenían leyendo cuentos de terror en una mansión cerca de Ginebra. Byron propuso que cada uno escribiera un relato de fantasmas, aunque él mismo fue el primero en abandonar el proyecto, apenas salió el sol. Percy Shelley escribió un cuento breve, Mary comenzó su Prometeo moderno, más tarde conocido como Frankenstein, y Polidori terminaría lo que su amo había dejado inconcluso: la historia de un vampiro, Lord Ruthven, sospechosamente parecido al propio Byron.

La historia, de hecho, fue publicada en 1819 con el nombre de Byron, aunque el poeta se apresuró a aclarar que no era el verdadero autor, y que el crédito le correspondía a Polidori. Unas décadas más tarde, la estrella del Lord Ruthven de Polidori sería eclipsada por la aparición del Drácula (1897) de Bram Stoker, que a partir de entonces fue la referencia ineludible para toda historia de vampiros.

Desde ya, Polidori no es el inventor del relato de vampiros, pero sin duda es el responsable de darle al monstruo el perfil que llegó a nuestros días: un personaje aristocrático, de modales refinados y una insaciable sed de sangre, preferentemente de jovencitas núbiles. Antes, los vampiros eran los protagonistas de cuentos populares de extracción rural, y rara vez frecuentaban los salones de baile de la nobleza europea. Y mejor ni hablar de los pálidos vampiros adolescentes de hoy en día, aburridísimos y grises en comparación de un Nosferatu y, si me apuran un poco, hasta de un Lestat.

El protagonista de la versión de Polidori, Aubrey, se pone al servicio del misterioso Lord Ruthven. Aunque tempranamente recibe pruebas del poder maligno de su amo, nunca las toma en serio. Llega incluso a burlarse de una familia de campesinos griegos que cree en los seres sobrenaturales (un guiño a la tradición rural de las historias de vampiros, a las que el "civilizado" Aubrey considera mera superstición), aún a pesar de las advertencias de la joven y hermosa Ianthe, que intenta convencerlo casi al borde de las lágrimas:

... she begged of him to believe her, for it had been remarked, that those who had dared to question their existence, always had some proof given, which obliged them, with grief and heartbreaking, to confess it was true.

En ese pedido de la pobre Ianthe late el corazón de la historia. Aubrey irá perdiendo amigos, amada y hermana a manos de Ruthven y sólo al final, convertido en un despojo, acabará por reconocer que su amo era un vampiro. No es difícil imaginar en ese Aubrey destruido al final de la historia al futuro Renfield del Dracula de Stoker.

En cualquier caso, la inminente llegada del invierno invita a releer El vampiro de Polidori. Existe también una hermosa adaptación del relato, cortesía de Heinrich Marschner: Der Vampyr (1828) fue una ópera increíblemente popular en su tiempo, precursora del teatro musical alemán de inspiración fantástica, de La flauta mágica de Mozart al Freischütz de Weber, que acabaría de tomar forma con las grandes obras de Richard Wagner.

Así que aquí tienen: un poco de música de vampiros, ideal para una noche de tormenta.