martes, 12 de marzo de 2013

in limbo

PLAYBOY: ¿Qué le despierta la palabra "póstumo"?
BOLAÑO: Suena a nombre de gladiador romano.
Un gladiador invicto. O al menos eso quiere creer
el pobre Póstumo para darse valor.



Benedicto XVI será recordado no sólo por su viaje de despedida en helicóptero, sino también por haber sido el papa que blanqueó que el limbo no existe. Desde ya, esa revelación tiene a muchísimas personas sin cuidado. Por caso, a José María Muscari, que sitúa la acción de Póstumos precisamente en esa zona nebulosa ubicada entre este mundo y el otro.

Hace poco fuimos a ver la obra con unos amigos. Su crítica se puede leer aquí. Y la verdad es que, mientras conversábamos a la salida del teatro, estábamos más o menos de acuerdo en que la obra era un divertido ejercicio de nostalgia, que generaba una evidente emoción entre el público que reconocía a los actores y a sus personajes, un público que seguramente había crecido con ellos, y que ahora disfrutaba esa hora y media en la que podían recostarse en la butaca, mirar hacia atrás y soltar lágrimas y sonrisas recordando viejos buenos tiempos. Luisa Albinoni, Ricardo Bauleo, Max Berliner, Hilda Bernard, Edda Diaz, Tito Mendoza, Nelly Prince, Pablo Rinaldi, Gogó Rojo, Erika Walner... todos iban desfilando, recordando sus personajes del pasado, evocando a sus compañeros perdidos, intercambiando sensaciones acerca de sus épocas de esplendor y de sus últimos años, lejos de los carteles luminosos de los teatros, los cines, las pantallas de la televisión. Cada tanto, se producía algún chispazo, ecos de alguna lejana pelea de cartel. Una mezcla de Cocoon con Huis-clos.

Lo que nos había desconcertado en un principio era la razón por la que estábamos allí. Póstumos era anunciada, desde su presentación oficial, como "un show filosófico sobre la vida y la muerte". Y la primera reacción, cuando la obra terminó, es que no había allí mucha filosofía. La mayoría de las reflexiones sobre "la vida y la muerte" parecían deliberadamente paródicas, haciendo referencia a cuestiones místicas, a la reencarnación, a los libros de autoayuda, al imperativo de aprovechar cada instante, antes de que desaparezca para siempre.

¿Por qué, entonces, la referencia explícita a la filosofía en el subtítulo de la obra? El paralelo con el Huis-clos sartreano es evidente, pero no alcanza con eso. Mi sensación era que tenía que haber algo más. Estuve varios días intentando pensar cuál podía ser la "moraleja" filosófica del asunto, por detrás de las apelaciones fáciles a "disfrutar el presente" y otras cosas por el estilo. Y finalmente lo vi: el subtítulo me descolocaba porque lo estaba leyendo mal. Póstumos es "un show filosófico", y es "un show sobre la vida y la muerte". Sólo que su contenido filosófico (entendiendo la filosofía en un sentido amplio, y no en el sentido de la disciplina que estudiamos en los claustros universitarios) no está dedicado a las ideas sobre la vida y la muerte, sino a la idea misma de show. Lo más extraordinario de Póstumos, eso que hace que todavía siga pensando en ella después de varias semanas de haberla visto en el teatro, es que nos dice mucho acerca de lo que las sociedades modernas entienden por "espectáculo". Habla de sus protagonistas, de los mecanismos que lo ponen en movimiento, del gran simulacro en que consiste, y de las pequeñas tragedias que se esconden entre sus engranajes.

Eso explica, entre otras cosas, la situación que más de descolocó cuando vi la obra. Al comienzo, todo parece indicar que estamos en una situación como la que plantea Sartre: una suerte de mayordomo va escoltando a distintas personas a una enorme sala. Están muertos, pero ellos no lo saben, o tardan más de la cuenta en advertirlo. Poco a poco se van sumando los "invitados", y cada uno reacciona de distinto modo a la revelación de que ya no están en nuestro mundo, sino en tránsito hacia el otro. Pero de pronto pasa algo que altera esa idea: los personajes comienzan a recordar a sus amigos o familiares muertos, hablan de los funerales que les prepararon y de los que ellos querrían cuando les llegue el momento de la propia muerte. Ahí se produce un sacudón: de pronto hablan los actores, y no los personajes que representan, aún cuando esos personajes sean una versión de ellos mismos. Reconozco que al principio me molestó: sentía que estaban haciendo trampa. Empezaron hablando como si estuvieran todos muertos, y de pronto estaban todos vivos. ¿Qué estaba pasando?

Sólo después caí en la cuenta de que en eso consiste, precisamente, el limbo. En estar muertos, pero no del todo. O en estar vivos, pero no del todo. Y advertí, también, que no se estaba hablando del limbo en el sentido teológico del asunto, sino en el sentido del espectáculo: los actores están vivos cuando suben a escena. Y, como todos nosotros, algún día mueren. Pero entre esa muerte terrenal e irreversible, sufren una especie de condena a un limbo en el que no están muertos del todo, aunque tampoco del todo vivos. Lejos de los escenarios, su momento de gloria quedó definitivamente atrás y apenas si pueden disfrutar de algún que otro reconocimiento callejero por parte de algún memorioso que los encuentra en la cola del banco, mientras esperan para cobrar la jubilación.

La razón por la que me sentí descolocado es el núcleo del asunto: los actores pueden hablar en lugar de sus personajes, porque ellos también están en su propio limbo. Póstumos es la obra en la que podemos asistir al milagro de la resurrección. Por un momento (como en Coccon, como en Despertares) los actores vuelven a ocupar el centro de la escena, a reclamar sus derechos. Nos recuerdan que pasaron gran parte de su vida trabajando para entretenernos, y que les debemos algo más que simplemente olvidarlos o dedicarles un recuerdo únicamente cuando mueren. Al fin de cuentas, parece que Muscari intentó lo mismo que el papa: convencernos de que la idea del limbo es algo que debe dejarse atrás.