domingo, 16 de diciembre de 2012

palpitando el año verdiano


Mientras en Sudamérica las temporadas líricas llegan a su fin y comienzan los recesos de verano, los teatros europeos inician su agenda 2012/2013 con una gran cantidad de nuevas producciones. El atractivo, desde ya, puede buscarse en las grandes salas en las que actúan artistas ampliamente consagrados. Pero no se agota allí: hay más de una sorpresa para descubrir en los teatros que dedican recursos y esfuerzos a descubrir y promover nuevos talentos. Algo, por otra parte, inevitable, en la medida en que el recambio generacional es precisamente lo que mantiene la actualidad de un género como la ópera.

Y así es que merece una mención especial la iniciativa de la Fondazione Arena di Verona, que organizó su Novena Competencia Internacional “Aida”. La mención no es inocente en este blog, porque hay un ganador sudamericano en el certamen: el tenor Sebastián Ferrada, que el público chileno conoció cuando comenzaba su formación como cantante y que en la Argentina pudimos escuchar el año pasado en una gran Madama Butterfly en el Teatro Argentino de La Plata. El triunfo en el concurso demuestra que ya comienzan a verse los frutos de su formación en Milán.

Como resultado de la competencia, la Fondazione Arena di Verona produjo entonces Aida, en versión de concierto, en el Teatro Filarmónico. Una hermosa velada musical con uno de los títulos más celebrados del compositor italiano, del que el año próximo se celebrará el bicentenario (curiosamente, el público de Buenos Aires también recuerda una Aida en versión de concierto para otro bicentenario: la que Daniel Barenboim dirigió en el Teatro Colón con los cuerpos estables del Teatro alla Scala en 2010).

La Aida de Verona fue, en líneas generales, atractiva. Acaso los tiempos elegidos por el director Fabio Mastrangelo, por momentos excesivamente veloces, hayan desdibujado un poco la cohesión del conjunto. Los cantantes, en cualquier caso, tuvieron la posibilidad de lucirse en papeles de gran exigencia. En especial, los protagonistas: una Monica Zanettin que demuestra que, sumando mayor experiencia a su voz, puede aspirar a más y un Sebastián Ferrada que, con una voz más brillante y clara de lo habitual (en relación a las voces que suelen cantar el papel de Radamés), se acerca al ideal de la escritura verdiana: buen uso del fiato, un sorprendente fraseo, y hermosos agudos. En las mínimas marcaciones actorales de los cantantes fue también el más seguro, transmitiendo una sólida presencia escénica.

Todo el elenco, en general, ofreció un gran nivel, del Amonasro de Giorgio Jung (si bien por momentos inseguro) al Ramfis de Young Kun Jang, pasando por la Amneris de Elena Serra. Una de esas funciones que entusiasman: por lo que nos permiten vivir en el escenario, y por la proyección que sugieren a futuro, con un elenco joven que asegura una continuidad para un repertorio inagotable.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

la(s) París de los argentinos













El título de esta entrada, además de oficiar como evocación del libro del amigo Jorge Fondebrider, alude a dos experiencias musicales recientes que tuvieron lugar en Buenos Aires. En ambos casos, se trató de estrenos locales de piezas originalmente presentadas en Francia. Y, en ambos casos, los compositores son argentinos residentes en París (o, al menos, residentes en París a la hora de estrenar estas obras: uno de ellos ya se mudó a Berlín).

En todo caso, lo que me interesa comentar aquí, más que la extraordinaria calidad de ambas, es el efecto que provoca el haberlas escuchado con pocos días de diferencia. Y es que Cachafaz (2010) de Oscar Strasnoy y La rosa... (2011) de Martín Matalón no podrían ser más distintas. Aún así, si existiera la categoría de "compositor-argentino-residente-en-París" cualquiera de estas dos obras podría funcionar como ejemplo de lo que produce esa "argentinidad" pasada por el filtro de la distancia y, por qué no, también de una cuota de nostalgia.

Quiero decir: son obras casi diametralmente opuestas estilísticamente (y digo "casi" porque no estoy seguro de que se trate de una verdadera oposición), y sin embargo cada una se las ingenia para ser indiscutiblemente actual, dramáticamente efectiva, musicalmente impactante. Y, sobre todo, ambas son profundamente "argentinas", en ese sentido en el que Borges se animaba a definir como "argentino" prácticamente cualquier acontecimiento que tuviera lugar en cualquier parte del mundo o, puestos a exagerar (otra gran característica local) del universo.

Para darse una idea de la distancia entre las obras, baste con comparar estos versos de Borges que aparecen en los primeros minutos de La rosa...:

Soy la fatiga de un espejo inmóvil
o el polvo de un museo.
Sólo una cosa no gustada espero,
una dádiva, un oro de la sombra,
esa virgen, la muerte. (El castellano
permite esta metáfora).

Con estos otros del Cachafaz de Copi:

¡Para mí vos sos milonga,
no me importa que seas puto,
pues yo soy un César Bruto
de un patio del arrabal!
¡Qué bien que tenés el culo!

Leídos sucesivamente producen el mismo efecto que una canción de Luis Almirante Brown, la parodia de Capusotto. Musicalmente, el contraste es similar. De la reescritura paródica de Mozart y Verdi en Cachafaz al virtuosismo electroacústico de La rosa..., cada compositor parece haber encontrado el mejor vehículo para completar el sentido de los textos elegidos. En el caso de La rosa..., por ejemplo, la escritura de Matalón parece funcionar, alternativamente, como uno de esos poderosos microscopios electrónicos capaces de desnudar los componentes mínimos de las cosas (en este caso, de los sonidos), o como un telescopio capaz de proyectar las constelaciones más lejanas. No encuentro por el momento otra metáfora para aludir a la experiencia de La rosa... que, en todo caso, pueden comprobar personalmente esta noche, en sus dos últimas funciones (20.30 y 22 en el Centro de Experimentación del Teatro Colón). La selección de versos borgeanos es efectiva en el despliegue de las habituales obsesiones: están los espejos, el ajedrez, la sombra, el doble... La puesta colabora en generar una atmósfera particular, la sensación de que estamos atrapados en un reloj de arena.

Las fotos de París que ilustran esta entrada también pretenden dar cuenta de ese contraste, que permite que tanto Copi como Borges sean perfectos argentinos.

Como Gardel, que nació en Francia.