jueves, 28 de junio de 2012

rituales virtuales


Comienzan los Juegos Olímpicos de Londres, y los argentinos en la capital británica no son sólo los deportistas. Ni es el Himno Nacional la única pieza musical que nos representa. Anteayer, en el Royal Festival Hall, Gustavo Dudamel dirigió a la siempre brillante Orquesta Sinfónica Juvenil Simón Bolívar en un programa que incluía la Sinfonía alpina de Richard Strauss y el tríptico precolombino Rituales amerindios del compositor argentino Esteban Benzecry.

Lo más interesante de todo es que, a varios miles de kilómetros de distancia, el concierto se pudo seguir en streaming desde estas latitudes, y los curiosos todavía pueden escucharlo en este enlace.

Pero si alguno quisiera vivir la experiencia de seguir un concierto en vivo desde la distancia, en breve (las 15.15 hora argentina), Dudamel & co. repetirán el programa en un concierto en el mítico Royal Concertgebouw de Amsterdam. La transmisión se puede seguir en HD desde este enlace.

Así que ya saben: basta conectar la computadora (¡o el teléfono!) a una buena amplificación o a sus auriculares de confianza, y pueden disfrutar un concierto en vivo desde el Concertgebouw, en el living de su casa, en el colectivo o, como en mi caso, en el tren, camino a la universidad.

Addenda: si se perdieron el concierto en vivo desde el Concertgebouw, en este enlace estará disponible por algunas semanas.

sábado, 23 de junio de 2012

parricidios ejemplares (II)



Pero, acaso bajo la influencia de la reciente PrometeoAire de Dylan es para mí una obra que habla sobre los padres. Sobre una especie de combate secreto, eterno y, casi siempre, librado hasta la muerte, entre padres e hijos. Y confieso que la película de Ridley Scott me gustó mucho menos de lo que quería que me gustara. Demasiado concentrada en la especulación metafísica, dejó librados a su suerte a los personajes, a la historia misma que se quería contar. Y no es que me moleste la especulación metafísica -al fin de cuentas, ese es mi trabajo diurno-, pero uno espera del cine otra cosa. Así como está, Prometeo es como el peor episodio de Lost, con un par de escenas memorables -y un personaje que, como en toda la saga de Alien, es casi siempre el más interesante: el androide-.

Una de esas escenas memorables podría ser tranquilamente el sueño de algún personaje de Aire de Dylan: no quiero arruinarle la película a quien todavía no la haya visto, pero, sin adelantar más de lo debido, se la podría llamar "la escena del aborto". Una especie de clímax en una película que tiene, sí, algunas virtudes, y una de ellas es la capacidad de reproducir un mismo conflicto en múltiples escalas: personal, doméstica, política y cósmica. El conflicto entre quien crea y quien es creado, la sensación del creador de que se puede destruir lo que se creó si no llegó a ser lo que se esperaba de él, y la sensación del creado de no poder desarrollarse completamente sin antes haber desplazado al creador. Bien mirado, ese conflicto estuvo siempre presente en la saga de Alien, pero de un modo mucho más visceral (literalmente): la reproducción en el sentido más violentamente sexual del asunto. Las sucesivas etapas del monstruo, los diseños abiertamente (ejem) genitales de H. R. Giger eran (son) una especie de reverso perfecto de algunas visiones de J. G. Ballard. Esas criaturas parasitarias, que destruyen a su huésped al momento de nacer, que se alimentan de sus restos, somos nosotros.

Prometeo comienza con la creación del hombre, y termina con la amenaza de un apocalipsis inminente. Uno de los hallazgos de Aire de Dylan está en la visión de uno de los personajes que, un 24 de mayo del 1963, fue el único en advertir que el Juicio Final había tenido lugar, y los demás continuaban sus vidas ignorándolo completamente, como si nunca hubiera ocurrido.

Algunos libros, algunas películas, algunas canciones, tienen esa capacidad: revelarnos la posibilidad de que eso que buscamos, eso que siempre se nos escapa, pudo haber ocurrido hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana.


parricidios ejemplares (I)



"Uno siempre desea mejorar escribiendo", le repite un espectro al narrador de Aire de Dylan, la flamante novela de Enrique Vila-Matas. Es un espectro hamletiano o, mejor, con aires de padre de Hamlet, porque, ya muerto cuando inicia la novela, se le aparece a su hijo con la intención de revelar que ha sido asesinado. Y el narrador, como una suerte de Horacio para ese Hamlet que es Vilnius -también conocido como Little Dylan, hijo de ese espectro, condenado a crecer bajo su sombra- no puede sino poner por escrito todos los desquiciados acontecimientos que comienzan a suceder a su alrededor a partir del momento exacto en que decidió dejar de escribir.

Seguramente no se entendió nada de lo anterior. No importa, porque no es este el lugar de hacer un resumen de la novela, ni siquiera una recomendación o una crítica. Léanla ustedes y chau. Ahora el espectro me repite: "uno siempre desea mejorar escribiendo". Una frase ambigua, como las que suelen soltar los espíritus. Lo primero que pienso al terminar Aire de Dylan es que, más que nunca, la categoría de "escritor de escritores", a veces utilizada sin mayor fundamento, le cabe perfectamente a Vila-Matas, y fundamentalmente a esta última novela.

Y no viene mal desconfiar de esa faja roja que atraviesa la portada anunciando "una divertida e implacable crítica al postmodernismo". La verdad es que, si fuera por esa presentación editorial, más valdría escaparle al libro que comprarlo entusiasmado. Por suerte, al menos en mi caso, los nombres de Vila-Matas y Dylan combinados en la tapa bastaban para predisponerme de la mejor manera para arrancar la faja roja y pasar directamente a las poco más de 300 páginas de la novela.

Lo de "escritor de escritores" viene a cuento porque, en la figura de su narrador e involuntario protagonista, Aire de Dylan es una de esas tantas novelas cuyo protagonista es un escritor. Y, como suele suceder en estos casos, el problema del escritor es que nunca termina de sobrellevar la incertidumbre que genera la sensación de que, escritas ya algunas obras, de mayor o menor valía, nunca se sabe del todo si todavía queda algo más por escribir. Si uno está condenado a repetirse, o si está condenado a transformarse, para evitar la condena de la repetición. Problemas de escritores.

Pero el caso del narrador de Aire de Dylan escapa a esta regla: él ya decidió no volver a escribir, aunque no se haya animado a comunicarlo. Su problema es que, una vez que decidió que ya había escrito lo suficiente y que no había nada más para contar, el destino parece arrojarle en la cara una invitación imposible de rechazar y ahí lo tenemos, entonces, escribiendo esta novela. Que se enlaza, directamente, con aquella Bartleby y compañía del propio Vila-Matas, pero sobre todo se enlaza con Roberto Bolaño, cuyo espectro sin ninguna duda estuvo rondando la escritura de un libro en el que uno de los personajes se lanza a un viaje imposible en busca del autor ignoto de una frase que podría haber sido escrita por cualquiera. Y, bolañescamente, ese autor, ese libro, esa frase que esconde la cifra, el secreto del universo, se nos escapa permanentemente.

En una novela plagada de escritores, no hay uno sólo cuyo contorno no se esfume, como un fantasma. No sé si eso cuenta como crítica a la postmodernidad. pero cuenta, en todo caso, como percepción de la capacidad proteica de los escritores, ese "aire de Dylan" que los une imperceptiblemente a todos, y que no es otra cosa que la posibilidad de transformarse, a la manera el dios Hermes: "la extraña propiedad", se dice cerca del final, "de exhibir todas las edades y las etapas por las que habían pasado todos los Hermes, todos los Hamlet, todos los Dylan".

(continuará)

miércoles, 20 de junio de 2012

retrospectivas



Dado que el malentendido suele funcionar como uno de los principales motores de las innovaciones artísticas en general, y musicales en particular, nada mejor que prepararse para el próximo espectáculo del Centro de Experimentación del Teatro Colón, que, bajo el título de Retrospectiva, tendrá como protagonista al compositor Matías Giuliani (1975).

Y parece que más de uno puso el grito en el cielo al advertir que la principal institución cultural de la ciudad de Buenos Aires organiza una supuesta retrospectiva de un artista (casi) adolescente. Y digo "casi" porque Matías es mayor que yo, así que si él fuera adolescente yo sería un pre-adolescente (alguna vez alguien ha escrito algo al respecto) y este blog, en vez de hablar de música, estaría hablando de... no sé. ¿Qué les gusta a los adolescentes hoy? Bueno, de eso.

Pero me estoy yendo por las ramas. Lo que quería decir es que el título de Retrospectiva evidentemente juega con la edad del compositor. El chiste (si se me puede perdonar que explique un chiste, algo que me parece, ejem, triste) consistiría montar una retrospectiva de un artista cuya obra mira mucho más hacia adelante que hacia atrás. Un poco como aquella tira en la que Miguelito se quejaba ante Mafalda porque en la clase de Historia le contaban cosas que ya habían pasado, mientras que él esperaba que le contaran lo que iba a pasar. Y como el director del CETC también se llama Miguelito, se dio el gusto de organizar, finalmente, una retrospectiva "hacia adelante".

Bah, todo esto se me ocurre a mí, no es que me contaron el chiste. Puede ser que el que no haya entendido sea yo y los que critican tengan razón. The joke was on me, etc. Pero, para mí, el problema es que muchos no entendieron el chiste y por eso se escucharon algunas quejas. Nada grave. Cualquier duda que tengan los escépticos será despejada seguramente mañana, cuando la primera función de Retrospectiva deje en claro que, joven y todo, Matías Giuliani supo reunir méritos para presentar su obra en el CETC.

Pero el malentendido, creo yo, es otro. Y corríjanme si me equivoco, pero en realidad lo que se verá no es una retrospectiva de la obra de Matías Giuliani, sino una obra de Matías Giuliani que se llama Retrospectiva. Que no quiere decir lo mismo, como bien saben los lectores de ese genial libro de Augusto Monterroso que se llama Obras completas, y que no son las obras completas de Monterroso, sino apenas uno de sus tantos libros de relatos. Acaso el mejor, pero seguramente no el único. En todo caso, por lo que escuché en una entrevista al propio Matías, aquí se trata de elaborar algo nuevo a partir de sus experiencias anteriores. O sea, una obra que abreva en otras obras para generar algo que lleva el ADN de su autor, sintetizado a partir de sus creaciones previas.

Una última referencia a esta Retrospectiva, de índole personal. Como algunos ya sabrán, estudio de noche comenzó siendo la bitácora de un programa radial homónimo que se emitía por Radio de la Ciudad, en una lejana época en la que existía una radio de la ciudad. Como los dinosaurios, luego fue mutando hasta convertirse en esto que es ahora. Y, como los dinosaurios, todavía está aquí. En aquel lejano mes de mayo de 2008, los primeros sonidos emitidos por nuestro programa fueron los de su cortina musical, compuesta especialmente, con elevadas dosis de generosidad y talento, por Matías Giuliani.

Esta entrada, pues, también funciona en el blog como una suerte de retrospectiva (risas).


viernes, 8 de junio de 2012

otra novela luminosa


Hace un tiempo leí esta entrada en el blog de Diego Fischerman. Y en varias conversaciones posteriores, Una novela real de Minae Mizumura aparecía y desaparecía, postergando una discusión más prolongada hasta el momento en que la hubiera leído. Ayer, finalmente, terminé las más de 600 páginas de la novela.

No voy a abundar en elogios. Remito a los posibles interesados a la susodicha entrada de Fischerman's Tales o este texto de Juan Forn en Página/12. Lo que sí quiero decir es que, entre los múltiples placeres que depara la lectura de Una novela real, se cuenta el de sentir que se tiene entre las manos un objeto que uno creía extinto. La sensación de que ya no se escriben novelas así, y que la aparición de una obra como la de Mizumura es un relámpago en un cielo despejado.

No creo, como leí en algún lado, que la escritura de Una novela real pueda ser caracterizada como propia del siglo XIX. Hay, sí, un modelo, deliberado e incluso explícito en el título original. Está la evocación de Cumbres borrascosas, el despliegue de un fresco monumental que atraviesa generaciones, una desgarradora historia de amor que funciona como combustible secreto del relato. Pero, personalmente, me parece más interesante -por no decir totalmente caprichoso- poner en relación la obra de Mizumura con la de otro escritor oriental. Ni Murakami, ni Kawabata: Mario Levrero.

Y no es que quiera trazar paralelismos rigurosos, pero me sorprendió cómo, en cierto modo, Una novela real podía leerse como el exacto reverso de La novela luminosa del escritor uruguayo. Todo lo que en la primera aparece desplegado, en la segunda se repliega; y a la inversa, un narrador desaparece, mientras el otro crece hasta cubrirlo todo. En ambos casos, el efecto es fascinante, por razones diametralmente opuestas. En los dos libros, un escritor se encuentra ante una encrucijada: no sabe cómo encarar su próximo trabajo. En los dos, una primera parte autobiográfica es seguida por la novela propiamente dicha. Pero las proporciones se invierten: en la novela de Mizumura, la parte autobiográfica funciona como un prólogo, y luego desaparece, absorbida por ese otro relato, que constituye la mayor parte de la obra. Con Levrero pasa exactamente al revés: una casi adictiva sección inicial, el diario del autor ante el desafío de escribir su novela, y luego la novela, que empalidece ante la desbordante subjetividad del escritor.

En todo caso, las 600 páginas de uno y otro son irresistibles.

Debe ser el tan mentado encanto de la literatura oriental.

sábado, 2 de junio de 2012

ciegos, sordos y locos


Esta tarde, la Orquesta Estable del Teatro Argentino de La Plata ofrece el segundo concierto de su ciclo anual. Hace unos años, la orquesta (más el coro y los solistas, para ser justos) deslumbró con una versión fabulosa de la imposible Octava sinfonía de Mahler. Hoy, siempre con la dirección de Alejo Pérez, será el turno de la Quinta. Por estas latitudes, tuvimos la fortuna de escuchar grandes versiones de esa obra: desde Rattle junto a la City of Birmingham Symphony Orchestra, hace más de una década, pasando por una reciente lectura de Ashkenazy y la Deutsches Symphonie Orchester Berlin. En cambio, la obra que ocupa la primera parte del programa es de esas que no se escuchan muy a menudo. En parte, por sus dificultades intrínsecas; pero también por cuestiones logísticas, como la necesidad de reunir a tres grandes solistas. En cualquier caso, la oportunidad de escuchar el Triple concierto para violín, piano y violoncello de Beethoven es una de esas ofertas imposibles de rechazar. A esa misma hora, la Selección juega contra Ecuador por las eliminatorias para el mundial 2014. Pero para el 2014 falta mucho. Este concierto, en cambio, no se puede escuchar todos los días. Así que ya saben: en vez de Messi, Higuaín y Agüero, hoy a las 19.30 será el momento de otro tridente, no menos virtuoso: Favero, Bellisomi, Formaro. Tiki-tiki.

Y el sordo Beethoven me hizo pensar en el pobre Edipo, que por estos días se ofrece en el Teatro Colón, en versión del genial George Enescu. No voy a hablar mucho de la obra, en parte porque ya lo hice en el pasado número de la revista Ñ, en parte porque hubo en la prensa local una especie de sobredosis edípica que, en una ciudad como Buenos Aires, con una población psicoanalítica de una densidad apabullante, exime de mayores comentarios. Sí me prermito remarcar, como intentamos hacerlo en domingo pasado en Radio Nacional, que más allá de la genialidad de La Fura dels Baus, responsables de la puesta, hay en el Edipo de Enescu mucha, pero muchísima, muy buena música.

Pero el título de esta entrada, además de homenajear una extraordinaria comedia de los años '80, remite no sólo a Edipo y Beethoven, sino que parece exigir, además, una dosis de locura. Aquí va, pues, esta portada craneada en la década del '70 por la Westminster Gold Series para el Tercer concierto para piano de Beethoven con Daniel Barenboim.


Buen fin de semana.