sábado, 19 de mayo de 2012

fuga esta noche

foto de Máximo Parpagnoli

En el teatro de la intemperie no hay telones,
esa función la asume la marea.

Las palabras son de la pianista Silvia Dabul, escritas hace poco más de un mes, al iniciar su Diario de fuga. El diario de Silvia, estructurado de una manera que permite leerlo hacia adelante o hacia atrás, es una suerte de bitácora personal del proceso de gestación de El arte de la fuga, el espectáculo que el Centro de Experimentación del Teatro Colón ofrece por estos días, creado a partir de la obra póstuma de Bach.

Y la palabra "intemperie" no desentona con El arte de la fuga, una creación que persiste como una suerte de enigma: la aparente indefinición del instrumento para el que está escrita -y digo "aparente" porque, tratándose de Bach, es casi inevitable asociarla a un teclado, aunque no han faltado versiones más que interesantes para diversos orgánicos-, la aparente rigidez de la forma de la fuga -y digo una vez más "aparente": basta escuchar a Silvia para advertir que El arte de la fuga es, también, un catálogo de las posibilidades expresivas de la forma "fuga"- y, sobre todo, ese final que quita, literalmente, el aliento. Una de las pocas piezas musicales inconclusas, acaso la única, que nadie se animó a terminar.

Y atención: ¿por qué nadie se animó a terminar los compases ausentes de El arte de la fuga? El temor reverencial ante el opus magnum del compositor al que invariablemente se menciona como "padre de la música" seguramente tiene algo que ver. Pero, si la fuga fuese esa forma rigurosa, cerebral, fría y matemática que algunos dicen que es, ¿no sería lo más sencillo del mundo completar ese contrapunto suspendido? ¿No sería cuestión de resolver esa ecuación apelando, por ejemplo, a los conocimientos matemáticos y musicales de un tecladista con oído absoluto como el querido Adrián Paenza? La respuesta, desde ya, es que no.

Entonces, el "arte" de El arte de la fuga ya no es, como quiere la filología, una traducción más o menos directa del griego téchne, un repertorio de saberes prácticos puestos en movimiento; sino que adquiere, bajo los ojos que miran la partitura, bajo las manos que recorren el teclado, esa otra acepción de "arte" que permanentemente se nos escapa. La intemperie, otra vez. La angustia de esa otra página en blanco: no la que antecede a toda creación, sino la que viene después. La que se despliega ante nuestros ojos cuando la mano de Bach se detiene, en medio de un movimiento ascendente.

puerta lateral de la Thomaskirche
En fin; vayan, si pueden, a ver y escuchar El arte de la fuga. Yo hablé de intemperie. Diego Fischerman habla de fantasmas. En las notas del programa, el gran José Emilio Burucúa hace referencia a las connotaciones religiosas y la recepción de la obra del Kantor de la Thomaskirche de Leipzig. En cualquier caso, lo que la puesta en escena de Biby Aflalo sugiere, lo que la interpretación -en piano, clave y órgano- de Silvia Dabul expresa de manera a la vez conmovedora e inquietante, es la condición de obra abierta de El arte de la fuga. Dicen las intérpretes que "no se es el mismo después del contacto intenso con una obra de tales dimensiones; no se sale de allí como se entró".

Esa intensidad es la que se respira en el subsuelo del Colón. Uno tampoco sale de ver y escuchar El arte de la fuga igual que como entró.

Eso, si es que uno logra salir.

viernes, 18 de mayo de 2012

"ich danke dir..."



A diferencia de lo que ocurre con el jazz, cuya historia es, en cierta medida, la historia de sus discos, la música llamada "clásica" trasciende con creces el universo de los sonidos grabados. Y, sin embargo, nadie pondría en duda que los registros discográficos constituyen un pilar fundamental en la educación musical, desde mediados del siglo pasado hasta estos últimos años signados por términos como 'mp3', 'mp4', 'youtube', 'iPod' y demás. Ahí está, por ejemplo, la flamante y muy recomendable nueva sección del blog de Diego Fischerman para dar cuenta de ello.

Esa presencia constante de los discos, aun en su versión virtual, explica por qué la muerte de Dietrich Fischer-Dieskau (1925-2012) repercutió de manera viral en las redes sociales, que hoy amanecieron inundadas de registros del extraordinario barítono alemán. No se trata simplemente de la muerte de un gran artista, acaso una de las voces indispensables del siglo pasado. El que se fue es, además, el que tal vez sea el cantante que más discos grabó en la época de oro de los discos. Es decir, no sólo se trató de un cantante excepcional: fue además un cantante que, literalmente, "formó" una audiencia. Nos enseñó a escuchar.

Dos anécdotas vienen inmediatamente a mi memoria. Una tiene que ver con el documental que registra la primera grabación completa del Anillo wagneriano, con un elenco multiestelar comandado por Sir Georg Solti en Viena. Allí, Fischer-Dieskau interpretaba a Gunther en El ocaso de los dioses. En el documental, entre las diversas tomas, se lo ve de muy buen humor, fumando. Lo escribo de nuevo: FUMANDO. El cantante más exquisito del mundo, con un cigarrillo en la mano y, lo que es peor, en la boca. Cuenta Marcelo Lombardero que, durante una masterclass, y aprovechando la proverbial bonhomía de DFD, le preguntó por el famoso cigarrillo y sus posibles consecuencias para la voz, instrumento de todo cantante. La respuesta de DFD, al mejor estilo Carlín Calvo, fue la siguiente: "lo único que le hace mal a la voz es cantar mal". O sea: vos, pibe, fumá.

La otra no lo involucra directamente a DFD, pero sí da cuenta de esa presencia constante como modelo de cantante. En mis lejanas épocas como aprendiz de barítono hice el riguroso curso de música de cámara con Guillermo Opitz. Lo disfruté mucho, y además me di el gusto de cantar en público, en una Liederabend grupal con compañeros realmente talentosos, dos hermosas canciones de Schubert: "Lied eines Schiffers an die Dioskuren" y "Wohin?". Pero antes de ese final feliz, en la primera sesión, me tocó estudiar "Die Forelle". Opitz me escuchó sin decir palabra. Cuando terminó la canción, me preguntó: "Usted tiene los discos de Fischer-Dieskau, ¿no?" Con orgullo, respondí que sí. "Muy bien. Pero ahora deje de querer imitar a Fischer-Dieskau y cante usted".

Y así, gracias al gran Dietrich Fischer-Dieskau, me convertí en crítico.


martes, 1 de mayo de 2012

workingman's blues # 6, 7 & 8


Hace 52 años, un primero de mayo de 1960, Bob Dylan ofrecía su primer recital en St. Paul, Minnesota. La lista de temas se puede consultar en la página oficial que registra todas las canciones interpretadas por Dylan desde ese lejano día del trabajador hasta hoy, sea en los Estados Unidos, en Vietnam, en Londres, París, Foggia, en Obras en el '91 o, más frescos en la memoria, los shows en el Teatro Gran Rex que terminaron hace unas pocas horas.

Y como en la entrada anterior ofrecí un ranking caprichoso de cinco grandes momentos musicales dylanescos presenciados en los cuatro recitales a los que había asistido antes de este último poker, me parece justo incorporar aquí otros cinco, habida cuenta de la generosidad de Mr. Dylan a la hora de armar las listas de temas para Buenos Aires: 32 títulos que se fueron alternando en cuatro shows de 17 canciones cada uno. Hubo canciones que se escucharon los cuatro días, algunas se escucharon tres, otras dos, unas cuantas sólo una, y, entre todas ellas, los asistentes tendrán seguramente sus favoritas. Acá, las mías:

bonus track
"Beyond Here Lies Nothing" (26, 27 y 28): con Dylan en la guitarra, las sucesivas versiones fueron ganando en intensidad. La del sábado fue quizás la más lograda y, tal vez por eso mismo, ya no se la escuchó el lunes.

#5
"A Hard Rain's A-Gonna Fall" / "The Lonesome Death Of Hattie Carroll" (28): "Hard Rain" fue también uno de los puntos altos del 26, pero el 28 sonó en tandem con "Hattie Carroll", en lo que fue sin dudas el show más psicobolche de los cuatro: mayoría de canciones de los primeros '60, con "To Ramona" y "Ballad of Hollis Brown" en la lista, por no hablar del infaltable "Blowin' In The Wind". Mientras "Hard Rain" iba creciendo en intensidad, "Hattie Carroll" terminaba en un diminuendo sumamente expresivo, cerrando el arco más emotivo de la noche. En el medio de todo eso, Dylan se olvidó el primer verso de "Hattie Carroll". La venganza póstuma de William Zanzinger.

#4
"Girl From The North Country" (27): la chica del norte ya vivió unas cuantas reencarnaciones en la carrera de Dylan, y alguna vez hasta participó en un ménage à trois con Johnny Cash. El viernes sonó inmediatamente después de la apertura de "Leopard-skin Pill-box Hat", con Dylan en guitarra, casi como una serenata.

#3
"High Water (For Charlie Patton)" (26 y 30): un nuevo arreglo, que transforma la atmósfera ominosa de la versión original de "Love and Theft" en una suerte de número circense, con un riff zumbón en el banjo y un Dylan en el centro del escenario, transformado en el histriónico presentador de una feria ambulante anunciando el apocalipsis.

#2
"Make You Feel My Love" (27): esta bien podría ser la famosa carta que encuentra el protagonista de "Simple Twist Of Fate" en la mesita de luz (de hecho, está escrita con los mismos acordes). El viernes sonó de una manera maravillosa, con Dylan intercalando comentarios en la armónica entre cada palabra de una declaración de amor tan sencilla como urgente.

#1
"Blind Willie McTell" (30): confieso que cuando vi que esta canción integraba la lista de temas de los tres recitales en Londres que cerraron el tramo 2011 de la gira, estaba esperando que sonara en Buenos Aires. Pero las fechas iban pasando y todo parecía indicar que nos íbamos a quedar sin saber quién es ese que canta el blues como nadie. Más aún cuando el lunes apenas si quedaba tiempo para ese huracán que cerraba todos los shows ("Thunder On The Mountain", "Ballad Of A Thin Man", "Like A Rolling Stone", "All Along The Watchtower") y la canción no aparecía. Hasta que, cerca del final de esa última noche, justo antes de que bajara el trueno de la montaña, apareció.

Al comienzo del recital, cuando empezaban a sonar los primeros acordes que servían de introducción a "Leopard-skin Pill-box Hat", los plomos entraron corriendo, marcador en mano, a hacer un cambio de ultimísimo momento en la lista de temas. Independientemente de lo que hayan escrito realmente en esas hojas, tengo para mí que Dylan admitió que, no importa cuán extraordinarios hayan sido sus shows en el Gran Rex, "nadie canta el blues como Blind Willie McTell".