lunes, 25 de julio de 2011

la fiesta del monstruo

Pobre Fito. Realmente. Porque una cosa es la siempre enigmática Buenos Aires. Y otra muy distinta es tu Santa Fe natal, Fito. "Rosario siempre estuvo cerca"... de la locura. En fin, no soy un comentarista político, y este es un blog de música y libros, pero hay determinados discursos (mediáticos y de los otros, esa suerte de sentido común feisbuquero que se propaga como una mancha de aceite) que obligan a intentar un análisis.

En primer lugar, porque se habla de la "aplastante derrota del kirchnerismo" en Santa Fe, según parece, "arrollado" por la fuerza del humorista del PRO (digamos "Miguel del Sel", porque son varios los que podrían caer dentro de la categoría de "humoristas" en el partido de los globos de colores). El problema con ese discurso de aparente "fin de ciclo" y odio hacia el oficialismo nacional es que no se condice con el triunfo de su candidata en las legislativas. Porque eso es, tal vez, lo más curioso de estas elecciones, en las que no sólo se elegía gobernador, sino también diputados y senadores provinciales, además de intendentes. Y es cierto: el candidato a gobernador del FpV salió terriblemente machucado. Pero la misma fuerza que salió tercera en esa instancia de la elección, ganó en otra, menos fulgurante, pero, como cualquiera sabe, tremendamente importante, especialmente por el hecho de que la metodología electoral de Santa Fe prácticamente hace que el ganador de las elecciones legislativas se quede con (casi) todo. Odiar al FpV y darle el control del congreso sería algo así como un gesto de autoflagelación de un electorado masoquista.

Pero hay más: prácticamente no hubo diferencia entre los votos del candidato a gobernador del oficialismo provincial y sus candidatos a legisladores. Parece razonable. El problema es cuando se repara no sólo en la diferencia entre los candidatos del FpV, cuyos legisladores recibieron muchos más votos que el candidato a gobernador, sino también en la diferencia del PRO, exactamente inversa: muchos votos para el candidato a gobernador, pocos, muy pocos, para sus legisladores. Y entonces, sólo queda pensar que hubo mucha, mucha gente que votó, al mismo tiempo, al PRO y al FpV.

Fito, entonces. Hace un par de semanas, cuando el músico hizo pública su catarsis de domingo a la noche, unos cuantos le saltaron a la yugular. Decían que la crítica a los que votaron al PRO es improcedente, porque muchos de esos votantes después iban a votar a Cristina en octubre. Pero ese tipo de comentario, bastante difundido, no alcanza a entender el verdadero sentido de la crítica. Porque no es que uno piense que alguien es un estúpido si vota al PRO y un iluminado si vota al FpV. En Santa Fe, eso sería aún más difícil, porque habría gente que, al votar al mismo tiempo al PRO y al FpV, en un mismo sobre, se convertiría en una suerte de monstruo mitológico con cuerpo de pingüino y cabeza de gorila. O algo así.

Pero no. Lo que le da asco a Fito, lo que a mí me asusta, no es que haya gente que vote al PRO. La náusea viene por otro lado. Porque lo que revela el voto simultáneo a dos fuerzas antagónicas no es indecisión, inestabilidad emocional, o esquizofrenia política. Es desinterés. Es la puesta en evidencia de que el supuesto renacimiento del debate político es un mito, totalmente incompatible con medio millón de personas votando a "la Tota" y al imitador de Freddy Mercury. Acaso sea cierto que se discute en los grupos de amigos, con los compañeros de trabajo, con los compañeros de estudios. Pero esa discusión, aún suponiendo que estuviera difundida, no se manifiesta a la hora de votar. No otra parece ser la razón de que las encuestas no peguen una: es como si una gran cantidad de gente no quisiera reconocer que vota a esos personajes. Es, a su modo, la confirmación de que el discurso del renacimiento de la política es sólo eso: un discurso, más o menos difundido. Acaso hay gente que, para parecer a tono con el Zeitgeist, afirma discutir de política. Pero, en la soledad del cuarto oscuro, se rebela contra eso y opta por los globos y matracas. Lo que se revela, y asusta, y obliga a replantearse unas cuantas cosas, es la fragilidad de toda realidad política.

En fin, que lo que parece desprenderse de todo esto es que, a excepción de los núcleos duros de militancia propia de todos los partidos (y en algunos, eso es lo único que hay), casi ningún voto es la manifestación de un propósito firme, sino apenas la de un cálculo pequeño y, muchas veces, caprichoso. Insisto: la inteligencia o la estupidez no tienen nada que ver, porque lo que se supone que nos iguala en elecciones en las que "una persona = un voto" no es la razón, sino la voluntad. O sea: el golpe duro del que hablaba Fito no consiste en creer que el voto a Macri/Del Sel es un voto estúpido y el voto a Cristina es un voto inteligente. Lo que asusta es que uno y otro son igualmente frágiles.

Acaso esa sería la esperanza para la segunda vuelta del próximo domingo: dirigirse a todos esos que creen que no hay mayores diferencias entre los candidatos y apostar a la volatilidad del sufragio. Imagino la campaña: "¿Pensás que son todos lo mismo y votaste en primera vuelta a Macri? OK, entonces ahora: ¡votá a Filmus!" Quién te dice, en una de esas funciona...

Prometo hablar de música en la próxima entrada.

lunes, 18 de julio de 2011

la balada de un hombre fino


El tema de las escuchas telefónicas en Gran Bretaña sigue generando escándalos. Al cierre de News of the World, se suma ahora la renuncia del jefe de Scotland Yard. Mientras, Rupert Murdoch -para algunos, el hombre más poderoso del planeta- tuvo que salir a "pedir disculpas". Menos mal. Todo parece indicar, sin embargo, que hay gente aún más poderosa, porque ni siquiera tiene que disculparse.

Así están las cosas, entonces: las autoridades británicas complicadas por los contactos entre el "Thin" Palaces, jefe de Scotland Yard, y Rupert "Magnet" Murdoch, CEO del principal multimedios del planeta. ¡Lo que es un país en serio, che!

miércoles, 13 de julio de 2011

la literatura de los hijos


Me gustaría que alguien más escribiera este libro. Que lo escribiera ella, por ejemplo. Que estuviera ahora mismo, en mi casa, escribiendo. Pero me toca escribirlo a mí y aquí estoy. Y aquí me voy a quedar.

Con esa última, explícita referencia textual a Los perros románticos, Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) parece finalmente hacerse cargo, en su tercera y más reciente novela Formas de volver a casa, de aquella etiqueta de "heredero de Bolaño". Es que en más de un sentido lo es, y eso que para algunos puede llegar a convertirse en una herencia pesada, para Alejandro Zambra parece ser algo natural. O, mejor que natural, azaroso. Si uno creyera en la metempsicosis -al menos la variante literaria de la metempsicosis- podría mencionar con cierta sorpresa que los libros de Zambra (Bonsai, La vida privada de los árboles) comenzaron a aparecer apenas después de la muerte de Bolaño. Los fanáticos de las teorías conspirativas podrían imaginar a un ejército de zombies de la editorial Anagrama en un oscuro sótano, pasando las páginas del Necronomicon para insuflar el espíritu de Bolaño en el cuerpo de un joven y asustado Zambra, elegido al azar en las calles de Santiago por un comando de vampiros. También podríamos imaginar a Jorge Herralde respirando aliviado, pensando que ya no hace falta continuar exprimiendo la computadora de Bolaño en busca de nuevos escritos, porque tenemos los libros de Alejandro Zambra. Pero eso sería no hacerle justicia a Alejandro Zambra, que si incorpora la cita bolañesca no es para dar crédito a esas versiones sino para desestimarlas de un plumazo. La cita siempre es de un Otro. Alejandro Zambra, pues, escribe como Alejandro Zambra. Formas de volver a casa es su propuesta de parricidio.

El parricidio de Formas de volver a casa, de cualquier manera, no es sólo literario. Se trata, de principio a fin, de un libro que recoge las voces de los hijos. Un libro que, fundamentalmente, parece hablarnos a todos los que rondamos los treinta y pico de años y vivimos en Chile, Uruguay o la Argentina, y para quienes las dictaduras marcaron, de un modo u otro, la generación de nuestros padres. A los que "no habíamos nacido" (la crítica que recibe el protagonista cuando quiere hablar de aquellos años, y que uno escuchó, también, tantas veces) o éramos muy jóvenes como para hablar de todo aquello, y que cada vez más sentimos la necesidad de hacerlo. A los que tienen padres víctimas, padres victimarios o padres sobrevivientes. Y sobre todo a estos últimos, porque son los que, sin saberlo, también cargan las heridas de aquellos años y a partir de ellas modelan el presente. Los diálogos en los que la familia del protagonista palpitan el triunfo de Piñera en las últimas elecciones presidenciales chilenas podría aplicarse perfectamente al clima político argentino actual. Y, uno supone, también al uruguayo. En cierto modo, Formas de volver a casa es el complemento ideal para esa obra extraordinaria que es Historia del llanto de Alan Pauls. La evocación del pasado resulta siempre una búsqueda por comprender el presente. Uno espera encontrar, en el recuerdo, algún indicio, alguna clave secreta que ayude a comprender quién se es, cómo se sigue. "Leer es cubrirse la cara", reflexiona el autor. "Y escribir es mostrarla".

Está, como en las anteriores novelas de Zambra, ese delgado velo que impide determinar a ciencia cierta qué es autobiografía y qué invención. Desde ya, no importa tanto resolver esa pregunta, sino más bien la conciencia que el propio autor muestra de esa incertidumbre. La cuatro secciones de la novela de Zambra juegan con esa indeterminación: está la novela que escribe Zambra-personaje, y los episodios de la vida de ese Zambra-personaje, que en la novela dentro de la novela aparecen levemente deformados. "Sabía poco", dice el Zambra-personaje, "pero al menos sabía eso: que nadie habla por los demás. Que aunque queramos contar historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia."

El libro empieza y termina con dos terremotos. El de 1985 y el de 2010. La historia de Chile, parece sugerir el libro, está marcada por sus tragedias. Las naturales y las otras, las humanas. Pero entre ese dolor, a pesar de esa tierra que parece expulsar a sus hijos -a la muerte o al exilio- uno siempre puede ingeniárselas para volver y enamorarse de alguien.

Y es que, como todos los grandes libros, Formas de volver a casa es, también, una historia de amor.

martes, 12 de julio de 2011

orgullos y prejuicios


Hay gente que se queja de la marcha del orgullo gay. "¿Por qué no hay marcha del orgullo heterosexual, eh?", dicen. La respuesta es obvia: el orgullo se presenta como una respuesta desafiante a la estigmatización. Es una especie de "Sí, soy puto, ¿y?", un gesto de autoafirmación. Lo mismo vale para muchos movimientos feministas. Y acaso ese mismo gesto de autoafirmación sea ensayado por muchos perseguidos al grito de "judío de mierda", aunque después muchos confundan ese orgullo por pertenecer a una cultura, a una religión o a una comunidad (cada uno la vivirá a su modo) y lleguen a la conclusión de que, obrando así, "ellos se discriminan solos".

Y así como los homofóbicos y los antisemitas casi nunca se perciben como tales (te dicen que tienen un amigo puto y que votan al rabino Bergman), parece que basta que uno le diga a un amigo que es de derecha para que se sienta ofendido y niegue los cargos. "Nada que ver", te dicen. "Lo que pasa es que la izquierda y la derecha son cosas del pasado". Entonces uno tiene que explicarles que eso, querido amigo, es la típica respuesta de alguien de derecha. El perfecto equivalente de "ellos se discriminan solos" o "tengo un amigo judío".

Les pediría entonces a toda esa buena gente, que constituye prácticamente la mitad de la población de la ciudad de Buenos Aires, que salieran de su closet amarillo y digan, con total sinceridad, que son de derecha. Que creen, como el actual Jefe de Gobierno, que la homosexualidad es una enfermedad. Que la inmigración descontrolada es la causa de los males de los porteños. Que los derechos humanos son cosa del pasado. Que un Jefe de Gobierno no tiene que hacer (ni hablar de) política. Y que por eso votan a Macri. Si más de la mitad de los porteños piensa eso, uno podrá deprimirse, pero nada más. Al fin de cuentas, la voluntad de la mayoría es lo que prima en una elección democrática.

Por eso, insisto: salgan del closet y organicen su marcha del orgullo garca con globos de colores. Córtenla con la sanata esa de "soy de centro" o "soy a-político". Digan que son de derecha, y así lo más que podremos decir de ustedes es que son de derecha. Pero si aseguran que no piensan así, que de ningún modo piensan así, que la educación, la salud y la cultura son sus principales intereses, que respetan a todos y a todas y que votan a Macri por eso, el problema ya no es que sean de derecha. Ahí sí estamos sonados, porque entonces son cínicos o hipócritas. Aunque acaso exagere y no se trate más que de ingenuidad. Eso que, en buen porteño, se conoce como "ser un flor de boludo".