domingo, 24 de enero de 2010

bestiario

Trece horas de vuelo y la lectura de la Gramophone pueden resultar una combinación peligrosa (aunque cada vez más la publicación británica se acerca a la categoría de "literatura de avión", al punto de casi pasar por una más de las revistas-catálogo que pueblan los aeropuertos). Está, por ejemplo, la manía teratológica de catalogar a los compositores como modelos-para-armar a partir de retazos de sus antecesores, todo lo contrario del adagio borgeano del autor que crea sus propios precursores. Así, Felix Weingartner resulta, para el perspicaz Rob Cowan, un engendro en cuya lista de donantes de órganos figuran Richard Strauss, Max Bruch, Johannes Brahms, Richard Wagner y Erich Wolfgang Korngold. Difícilmente el pobre Weingartner pudo haber sobrevivido a la operación de transplante, habida cuenta de la evidente incompatibilidad de algunas de esas influencias. Al lado de semejante figura, el Minotauro no supera la categoría de espantapájaros. Eso sí: llegué a casa y me senté a escuchar con detenimiento la reedición de las Wagner transcriptions de Glenn Gould y no pude evitar, escuchando el "Viaje de Sigfrido por el Rin", pensar en un Wagner con las manos de Liszt. Un monstruo mitológico.

viernes, 22 de enero de 2010

bajo un manto de neblina


El número de febrero de la revista británica Gramophone incluye un Top Ten de los acontecimientos musicales de la década. La lista es innegablemente arbitraria, pero reveladora de algunas cuestiones: el primer lugar lo ocupa la aparición del iPod y de las nuevas tecnologías de descarga de música -y las consiguientes nuevas costumbres del público melómano-. Está (¡en segundo lugar!) la consolidación de El Sistema venezolano y su alumno-estrella Gustavo Dudamel. El tercer lugar lo ocupa la explosión de la vida cultural China (con Lang Lang como abanderado).

Pero lo que más me interesó fue el "acontecimiento" N° 5, que lleva por título "los nuevos compositores". Para la revista Gramophone (la misma que, entre las mejores grabaciones del último mes, promociona y celebra la Sinfonía "Tolteca" de Philip Glass, que a mí me recuerda a Apocalypto... y la verdad es que no puedo evitar pensar en Glass como un Mel Gibson musical), los "nuevos compositores" que nos ha regalado la última década son tres. Uno es el finlandés Magnus Lindberg -"por sus evocativos paisajes sonoros": y si alguna vez alguien sugirió evitar la palabra "duende" al hablar de Björk, me permito sugerir evitar la palabra "paisaje" cada vez que se habla de un compositor finlandés-; otro es el británico Thomas Adès -"por sus profundas sonoridades"-; y, claro, infaltable: el "argentino-israelí-americano" Osvaldo Golijov, por su "teatralidad y sentimiento".

Pensé inmediatamente en la entrada del blog de Diego Fischerman respecto de la valoración de Golijov a un lado y al otro del Atlántico. Inglaterra, claro, no es Europa. Al respecto, un amigo recordaba que, una vez en Londres, un día de mucha, pero mucha niebla, los diarios habían titulado: "El continente europeo, aislado por la niebla".

Me gustaría extenderme en mayores comentarios, pero mi avión parte en unos minutos.

El "caso-Golijov" continúa abierto.

martes, 19 de enero de 2010

alta fidelidad

(corolario a la entrada anterior)

Me dice un amigo que no, que esta versión de Sherlock Holmes es un desastre, que es basura hollywoodense y que Peter Cushing es mil veces mejor Holmes que Robert Downey, Jr.

Lo de "hollywoodense" es cierto. No estoy seguro respecto de lo de "basura". Y decididamente no estoy de acuerdo con la supuesta "(in)fidelidad".
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Ocurre en este caso algo similar a lo que sucedía con las interpretaciones belcantistas de la Callas, para muchos el non plus ultra de la lírica de comienzos del ottocento. Cuando las interpretaciones más, digamos, "filológicas" se apartaron del esquema establecido por Callas, Serafin & Co., los supuestos "puristas" pusieron el grito en el cielo ante semejante traición. Claro que lo que se había traicionado no era el supuesto original de Bellini o Donizetti, sino la imagen que de ellos nos había ofrecido una generación de grandes artistas, coincidente con la explosión del mercado discográfico.
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Lo mismo con la supuesta heresía contra el "verdadero Wagner" del imaginario colectivo, que es, sí, verdadero, a condición de que el "Wagner" del que se hable sea el nieto Wieland y no el abuelo Richard.
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Y no hay nada de malo en las críticas bienintencionadas -a cualquiera puede no gustarle la Sherlock Holmes de Guy Ritchie-. Pero criticarle que falte Peter Cushing es un poco demasiado. Sobre todo porque, con todo lo geniales que eran aquellas recreaciones británicas del detective más famoso, ni por asomo puede decirse que constituyan "el verdadero Sherlock Holmes", una entelequia que sólo existe como personaje delineado en las entregas de la Strand Magazine en las que unas y otras versiones -con más flema, menos tiros, más violines o menos cocaína- abrevan, siempre en forma selectiva, de acuerdo al signo de los tiempos.
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Al fin de cuentas, es siempre la infidelidad la que hace a una historia interesante.

domingo, 17 de enero de 2010

llevándolo todo de vuelta a casa


Entre los libros, discos y unos cuantos etcéteras que estoy empezando a empacar para llevar de regreso a Buenos Aires, está Dylan revisited. Racconti su Mr. Tambourine: una antología de 16 relatos escritos por otras tantas jóvenes promesas de la literatura italiana. El título del libro da una idea bastante clara de su contenido: los editores Gianluca Morozzi y Marco Rossari convocaron a una troupe heterogénea con el único requisito de que los cuentos remitidos tuvieran algún tipo de relación con la vida y/o la obra de Bob Dylan.

Y, como en toda antología, el resultado es más bien irregular; hay relatos muy bien logrados y otros no tanto. Hay cuentos basados explícitamente en algún episodio de la vida de Dylan, otros en los que son algunos de los personajes de las canciones los que pasan a un primer plano y, en la mayoría de los casos –signo de los tiempos, la voz de una generación– se trata de episodios autobiográficos del autor de turno, en los que la música de Dylan se extiende como telón de fondo. En cualquier caso, encontrarme con un libro de esas características editado en 2008 en San Cesario di Lecce (que es como decir, pongamos, “Chascomús”) es un acto de justicia poética o algo por el estilo: el modo de encontrar el libro no desentona en absoluto con el propio contenido. Como encontrar Amuleto de Bolaño en un baño de la Universidad de México.

Y ahora que lo pienso, amiguitos, la justicia poética, a diferencia de la divina –de cuya existencia aún se esperan pruebas–, se manifiesta en maneras misteriosas. Por lo pronto, porque Dylan revisited cierra una especie de círculo: si es cierto que la obra de Dylan encuentra su cantera en prácticamente la totalidad del canon occidental –los poetas malditos franceses, la cultura popular norteamericana, La Ilíada, Dante, Bocaccio, la Biblia y siguen las firmas– era cuestión de tiempo para ver cómo, a su vez, la propia obra de Dylan comienza a ser utilizada como cantera para la creación ajena.

Algo similar ocurre con la última versión cinematográfica de Sherlock Holmes. Hay una escena en la película de Guy Ritchie que funciona como homenaje no tan velado, juego de espejos, o ambas cosas a la vez. Es cuando Holmes, recién despierto luego de un trance, explica el avance de sus deducciones a dos atentos y obedientes Watson e Irene Adler. Holmes, jugueteando con su bastón, está recostado sobre una pared blanca en la que escribió todas las pistas con las que cuenta hasta ese momento. Es la escena que bien podría llamarse “del diagnóstico diferencial”. Si, como no se cansan de repetir sus creadores, House M. D. es una suerte de tributo a Sherlock Holmes, hay en esta Sherlock Holmes, un explícito tributo al Dr. House y a Watson/Wilson. Sobre todo en la relación (no tan velada) entre el héroe adicto y su atildado adláter. ¿Y por qué no, directamente, convocarlo a Hugh Laurie para encarnar al detective en las próximas entregas?

A propósito, no es que Robert Downey Jr. esté mal. Al contrario, el personaje está más que bien logrado, y otro tanto puede decirse de Jude Law como Watson. Hay, sí, un par de cabos sueltos que la crítica se encargó de mencionar. Uno es el hecho de que el puritanismo hollywoodense haya dejado fuera la consabida adicción a la cocaína de Sherlock Holmes, para asegurarse una calificación de un film apto para todo público. Sin embargo, es evidente, para el ojo atento –holmesiano– que las veces en las que el detective se lleva la mano a la nariz, la sustancia prohibida (aunque no la veamos) está allí, operando. Vamos, eligieron a Robert Downey Jr. para el papel de Holmes: ¿de verdad son necesarios más indicios?

La otra objeción que puede encontrarse en las reseñas es que en la película se exagera con las secuencias de acción pura y dura, lo cual deja un poco de lado el clima de analítica flema del original. Y si bien es cierto que las secuencias de acción son bastante extensas, no creo que se traicione en ningún momento el espíritu de las historias originales: el Holmes de los relatos de la Strand Magazine no le escapaba a un combate cuerpo a cuerpo o al uso de armas de fuego cuando era necesario. En más de una ocasión el narrador-Watson menciona la extraordinaria fuerza física de su mentor. El box está tan presente como el violín y la pipa. La historia, un poco a la manera de la mítica The Hound of the Baskervilles, juega con las ambigüedades de lo sobrenatural y sus efectos sobre la percepción de las masas. No falta, como en tantas historias de Conan Doyle, las sustancias provenientes de la India que inducen al sueño, la parálisis o las alucinaciones. Y, por otra parte, convengamos en que un silogismo inductivo no es, precisamente, material apto para una pantalla cinematográfica. En rigor, no puede decirse que el film le falte el respeto al original. Lestrade es todo lo necio que debe ser, Irene Adler es poco digna de confianza y, a la vez, irresistible.

Y Moriarty. Holmes no está completo si falta Moriarty.

Esta historia continuará.




Nos vemos en Buenos Aires.

jueves, 7 de enero de 2010

liszto el pollo


Y yo que festejaba por haber disfrutado de una peregrinación privada a Bayreuth y sus -pocos pero intensos- encantos... Ahora me vengo a enterar que la banda francesa Phoenix tuvo el privilegio de grabar el video para su single "Lisztomania" en esos mismos pasadizos. Claro, es todo más fácil cuando el director del video se apellida Wagner y es, además, el asistente de Michael Haneke. A propósito, el director Antoine Wagner es el desaforado que se ve en el video sacudiendo la cabeza, y que en su curriculum cuenta con documentales para el Met de Nueva York y una colaboración con el compositor Gerhard Krammer para la obra que inauguró el Franz Liszt Concert Hall en Raiding, Austria... El tema no está mal, aunque es un poco más de lo mismo si uno está acostumbrado a The Strokes & Co.

lunes, 4 de enero de 2010

palabras cruzadas



Quisquis plus retinet quam vitae postulat usus,
Admovet ad iugulum pauperis ipse manus.

“El que acumula para sí más de lo que le exigen las necesidades de la vida, lleva sus manos a la garganta del pobre.”
(Pedro Abelardo, ca. 1142)

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“Es verdad, Su Señoría, yo mismo empuñé el cuchillo y lo hundí en la garganta de mi vecino. Reconozco, incluso, haberme tomado el trabajo de afilar la hoja pacientemente durante varias horas –es sabido cuánta fuerza se necesita para matar a un hombre–. Puedo incluso aceptar que fui yo el que unos meses antes lo había amenazado. Pero de ninguna manera pienso tolerar que se me acuse de asesinato, cuando es a todas luces evidente que quien debía velar por la seguridad de mi vecino no era yo, un simple particular que apenas conocía a la víctima, sino el Estado. Es el Estado el que, con su inoperancia, dejó morir a este pobre hombre como un perro, en mis propias manos manchadas de sangre por la desidia oficial.”
(Catulo Bigothi, enero de 2010)

domingo, 3 de enero de 2010

el futuro es el pasado es el futuro


Diarios, revistas, blogs y toda clase de etcéteras se dedicaron, como es habitual a esta altura del año y/o de la década, a realizar sus respectivos balances, y si no sucedió otro tanto con este blog, no fue por snobismo o deseo de distinguirse del resto, sino sólo porque no tenía una computadora con acceso a internet a la mano.

Y ahora ya es 2010 y hacer balances del 2009 es decididamente inapropiado. Pero a la hora de hacer balances, bien pueden mencionarse dos lanzamientos discográficos casi simultáneos, a primera vista tan parecidos y a la vez tan, pero tan distintos.

El primero es un ejercicio de nostalgia de un pasado reciente pero que parece muy, muy lejano. Brit-pop, seguridad jurídica, en-los-90’-estábamos-mejor y todo eso. Cuatro discos con los dos recitales que, el 2 y 3 de julio del año pasado, reunieron a Blur después de casi una década. El experimento, según un amigo, testigo presencial de todo el asunto, fue emotivo e inolvidable, aunque al escuchar los discos la imagen que queda es otra, un poco menos encendida. Un buen recital, sí, pero a cargo de una gran banda cuyos integrantes están, muy evidentemente, en otra cosa. Son conocidos los experimentos de Damon Albarn al frente de Gorillaz y The Good, the Bad & the Queen y menos conocidos –aunque con mejores resultados– los proyectos solistas de Graham Coxon. Para ambos, Blur significa algo así como un pasado mucho más popular pero –resultados a la vista– bastante menos estimulante. De ahí, uno supone, la elección de los temas para este reencuentro: están, desde ya, “Parklife”, “Boys & Girls”, “Coffee & TV” y “Country House”, y el final con “The Universal” debe haber sido, para los presentes en el Hyde Park de Londres, una experiencia difícil de superar. Pero, por lo general, All the people es un repaso por el lado más oscuro de Blur, como si ese pasado, al final de cuentas, y jugueteando con el nombre de la banda, estuviera levemente fuera de foco.

Distinto es el caso de REM live at the Olympia in Dublin, o, como los propios integrantes de la banda decidieron bautizarlo extraoficialmente, “un experimento acerca del terror”. Porque lo que registra el doble cd –y el dvd que lo acompaña, con el documental This is not a show– son los ensayos abiertos en los que la banda presentaba las canciones –algunas todavía sin terminar– de lo que sería Accelerate y repasaba, a pedido del público, algunas de las viejas canciones que no tocaban desde hace, en algunos casos, casi veinte años. Y el resultado es sorprendente por muchos motivos. Uno es el evidente riesgo que significaba la apuesta: cobrar unos 50 dólares por persona para asistir, durante cinco noches, a sesiones en las que una banda con un pasado glorioso, un presente con varios pasos en falso y un futuro incierto –nótese que el disco que significaría el “regreso” de REM era precisamente el que aquí estaba en proceso de maduración: o sea, aún no se había demostrado el éxito del experimento– “probaba” el nuevo material y repasaba esas canciones cuyos nombres sólo son conocidos por los fanáticos con mejor memoria y menor vida sexual.

Y si algo demuestran estas 39 canciones es que 1) Accelerate es uno de los mejores discos de REM; 2) la producción de la banda en los primeros ’80 resiste muy, pero muy bien el paso del tiempo; 3) Dylan tenía razón cuando decía aquello de que “el futuro está en el pasado” y REM sabe encontrarle el sentido a esa frase, que es todo menos nostálgica. El disco doble en el Olympia de Dublin es para REM algo así como ese tandem dylaniano conformado por Good as I been to you y Worl gone wrong: el puntapié inicial de un viaje que no es “en” el tiempo sino “más allá” del tiempo, para reinventarse como algo o alguien capaz de trascender los estrechos límites del calendario.

Y entonces, claro, los balances pierden razón de ser.